No sé cómo empezar…
Han
pasado varios años, ha corrido mucha agua bajo el río, he cambiado... Mejor
dicho, mi vida ha cambiado, mis pensamientos, mi manera de ver la vida, mi
forma de vida...
Sucede
que resucité. Sí, resucité porque sentí que morí y me trajeron de vuelta a esta
vida. No hubo túnel de luz, nadie me esperaba, no vi a ángeles ni a seres queridos,
nada. Solo oscuridad, miedo, angustia y terror. Creo que llegué al infierno. Luego
de 17 días de coma inducido desperté y me encontré con una vida completamente
diferente a la que yo vivía.
Mi
corazón no andaba bien desde el 2001 pero iba resistiendo aunque cada vez menos
hasta que llegó el momento en que no pudo más. Había llegado la hora de la temida cirugía a corazón abierto para cambiar mi válvula aórtica, o la partida al más
allá.
Escogí lo primero, por lógica elemental.
Desperté sin
saber cuánto tiempo había pasado. Había entrado en ese coma inducido el 31 de
julio de 2018 y desperté el 16 de agosto, un día antes del cumpleaños de mi
hijo menor que sintió –según me contó tiempo después- que fue un regalo por sus
30 años.
Mi estancia en la clínica duró dos meses y medio. Salí de UCI un 3 de
setiembre y me dieron el alta el 12 de ese mes.
Y bueno
pues, desperté y me di cuenta de que no podía hablar, solo susurrar porque me
habían intubado dos veces, la segunda intubación había sido de emergencia
porque ya en recuperación mis órganos se paralizaron y mi corazón recién
operado solo bombeaba sangre a mi cerebro. Quiero que conste que mi corazón
respondió porque el cambio de válvula fue exitoso, sino no estaría escribiendo
estas líneas; sin embargo, esa intubación me dañó las cuerdas vocales hasta
hoy; he recuperado la voz en un 70 % pero no más. Hoy ya no me apeno por no
poder cantar, que es lo que más extraño. Mis amigos me dicen que ahora tengo
una voz sexy, me da mucha risa escuchar eso. Solo el hecho de estar viva, de
que mi corazón, que todos mis órganos funcionen y que todo esté controlado me
basta para saber que aún vivo y que mi misión en esta vida ha cambiado pero aún
no ha terminado.
Como les
dije, cuando estuve en coma no hubo túnel de luz ni nadie bueno o conocido que
viniera a acompañarme. Fueron días de oscuridad, de caras terroríficas que
venían hacia mí como en una pesadilla interminable. Mi consciencia estaba ahí,
yo me sentía atada de pies y manos, quería gritar, moverme y no podía porque no sabía que estaba en coma; solo
pensaba en que si eso era el infierno se habían equivocado conmigo porque nunca
he sido santa pero malvada tampoco. No entendía nada, solo sufría y me ahogaba,
le pedía a Dios que me llevara, quería que todo terminara hasta que decidí
dejarme llevar por esa soledad aterradora y cerrar los ojos que no sabía que
ya tenía cerrados, tratando de dormir para no sentir el intenso pánico que
estaba experimentando.
Quizás en ese
momento me desintubaron porque sentí paz y a los pocos días desperté. Vi a mi
esposo sonriéndome, a mi cardiólogo haciendo un gesto con los brazos abiertos como
si quisiera abrazarme, yo no comprendía nada. Recuerdo que pregunté qué día
era. Mi esposo, Carlos, no me contestó, creo que no podía oírme, solo sonreía y me decía
‘ya estás aquí’.
Los días
venideros en UCI fueron otra pesadilla porque ya despierta me di cuenta de que
estaba tan hinchada que no podía mover ninguna parte de mi cuerpo, todo me
pesaba, todo me dolía, tenía escaras porque, al parecer, no me movieron lo
suficiente para evitarlas, me sentía atrapada en un cuerpo que no era mío y en
las noches no podía dormir porque los terrores del coma experimentado me perseguían.
Al fin el médico se apiadó de mí y me dio un Clonazepam en las noches. Pude
descansar hasta las 6:00 a.m. que era la hora en que la legión -así le
llamaba yo a las enfermeras y técnicos- venía a despertarme, moverme, asearme y creo
que les caí simpática porque me trataron con mucho cariño y lograban hacerme
reír, sobre todo cuando me tocaban los tratamientos más dolorosos. Pocos
lugares de mi cuerpo no tenían catéteres. Estaba llena de tubos.
Recuerdo a
toda la legión con mucho cariño; entre tantos turnos estaba Francis, Elcira, Isabel, Marcia,
Edwin y muchos otros que me cuidaron y acompañaron todo lo que pudieron,
esperando y haciendo un alto en sus obligaciones ante mis ruegos para que no me
dejaran sola hasta que llegara Carlos a las 8 de la mañana y cuando debía irse a las 8 de la noche. El hombre que me
tocó por esposo es un verdadero santo, todo lo que pueda decir sobre él es
poco, esto sería materia para otro post. Solo puedo decir que si algo me enseñó
este terrible trance es que él me ama y yo lo amo mucho más que
antes. Gracias Carlos por todo lo que hiciste por mí. Sin ti yo no estaría escribiendo estas líneas.
En UCI se
permite la visita de una persona a la vez, enfundada previamente en el batón celeste reservado para las visitas. Era un ambiente helado -según decían- para que el lugar se
mantenga aséptico y yo que vestía la típica bata de algodón abierta atrás, cubierta
solo con una manta ligera, me congelaba. Le decía a mi neumólogo que esa
temperatura era criminal y perfecta para adquirir una neumonía, él solo me
decía que mi organismo estaba bombardeado de antibióticos y que nada me iba a
pasar. Luego, me pusieron una colcha de peluche muy abrigadora, quise
llevármela a casa al final, pero no era un suvenir.
Pasaron esos
larguísimos días para mí, yo ya quería salir de UCI y que me llevaran a una habitación de
la clínica porque ansiaba que me visiten, pero antes tenían que lograr moverme pues seguía con las piernas
hinchadísimas. Fue otro vía crucis que la legión lograra que me siente en el
sillón, al principio media hora, luego una hora –recuerden mis escaras- de lo
contrario mi cardiólogo no permitiría que me trasladen a habitación. Cuando me
sentaban me ahogaba, me faltaba el aire y como aún no podía mover las piernas,
todo era difícil.
En UCI solo
estaba permitido que me visite un familiar por poco tiempo pero tuve sorpresas
lindas porque tres amigos de mi barrio de Miraflores se saltaron la regla y fueron
a verme, los vi y me eché a llorar. Cuando ellos me lean sabrán que es cierto y
que las lágrimas fueron de felicidad e impotencia también porque ni hablar ni abrazarlos
podía, mis brazos no daban para tanto pero mi corazón estaba lleno de alegría.
Gracias Papo, Matty y Julita, amigos por siempre.
No voy a
contar más pormenores de mi estancia en UCI porque ya hablé de lo más
resaltante y lo demás seguramente se lo podrán imaginar, fueron cosas de la
rutina de estar internada en esa zona.
Hoy, en
tiempo de pandemia viene -más que nunca- al caso contarles mi historia, para
que se cuiden muchísimo porque si bien yo no he tenido Covid 19, sí he estado intubada,
sí estuve en coma inducido y sí pasé por todo lo que pasan los afectados por
ese virus y les digo que es algo espantoso, no se lo deseo ni a mi peor
enemigo, que felizmente no tengo.
Quizás
ustedes se pregunten por qué estoy recordando todo lo que padecí pero necesitaba
hacer esta catarsis antes de volver a escribir eclécticamente en mi blog, como
es mi costumbre. Estaba trabada emocionalmente y las musas habían pasado de mí,
como dice Serrat.
*Quiero hacer una mención
especial a la imagen que corona mi post. Es una trenza francesa que Elcira me
hizo cuando estaba intubada y me tomó esa foto. Así era el cariño que me tenían
ella y los demás miembros de la legión. Algunos de ellos podrán conocerlos en la foto de abajo cuando fui a visitarlos. Nunca los olvidaré.
Esta fue mi habitación en UCI.