viernes, 11 de abril de 2008

DOS MARES

Hay dos mares en Palestina.

Uno es fresco y lleno de peces, hermosas plantas adornan sus orillas; los árboles extienden sus ramas sobre él y alargan sus sedientas raíces para beber sus saludables aguas y en sus playas los niños juegan.

El río Jordán hace este mar con burbujeantes aguas de las colinas, que ríen en el atardecer. los hombres construyen sus casas en la cercanía y los pájaros sus nidos y toda clase de vida es feliz de estar allí.

El río Jordán corre hacia el sur a otro mar, aquí no hay trazas de vida, ni murmullos de hojas, ni canto de pájaros, ni risas de niños.

Los viajeros escogen otra ruta, solamente por urgencia lo cruzan, el aire es espeso sobre sus aguas y ningún hombre ni bestias, ni aves la beben.

¿Qué hace esta gran diferencia entre mares vecinos?

No es el río Jordán. El lleva la misma agua a los dos. No es el suelo sobre el que están, ni el campo que los rodea.

La diferencia es ésta:

El Mar de Galilea recibe al río pero no lo retiene. Por cada gota que a él llega, otra sale.

El otro mar retiene su ingreso y cada gota que llega, allí queda.



Le llaman el Mar Muerto.

Mientras estés dormida

CONFESIÓN DE PERIODISTA. 'He sido muy racional toda mi vida y si pasaba algo era absoluta responsabilidad mía. Desordenada, pero responsable. Obsesiva con el trabajo siempre he sido, pero necesito la presión encima. Debe ser una especie de masoquismo. Me gusta meter el gol en el último minuto'.";

CÓMPLICES. Jimena era una rendida admiradora de Mario Vargas Llosa. Su esposo Juan Carlos la acompañó en todas sus militancias."

AMIGOS. Durante cinco años Jime fue una voz aguda y firme en el equipo de Contracorriente. Permítannos la licencia de decir: Ya te estamos extrañando."

IN MEMÓRIAM. El último texto que escribió Jimena Pinilla Cisneros fue la historia de un cazador de nazis que se creía Dios. Fue uno de los muchos relatos de una periodista apasionada que luchó hasta lo último por la vida. Lo que sigue es un recuerdo apretado de las imágenes que nos dejó. Disculpen la tristeza.

He sentido a la muerte cerca, muy cerca. Confieso que hubiera preferido mantenerla como una idea abstracta, que no me respire en la nuca ni me visite tan seguido. Pero su cercanía ha hecho que la vea como una realidad inexorable. Quizá, una de mis pocas certezas.(*)

Había una contradicción en ese cuerpo frágil que encerraba un espíritu de fuego. Jimena tenía 36 años, pero había vivido lo que alcanzaría para varias vidas. Era una periodista que se resistía a la precariedad de su salud. Alguna vez quiso ser publicista, pero al final tuvo la impresión de que dedicar sus fuerzas a vender productos resultaba un poco frívolo. Ella quería estar en contacto con la gente, sentir el pulso de los días. El periodismo fue su ruta natural.

Una vez le preguntaron qué era lo más duro de la profesión que había escogido y su respuesta no pudo estar mejor encarnada en quien la pronunciaba: "Un abogado se va de vacaciones y se olvida de las leyes, si un periodista pasa al costado de un accidente probablemente va a voltear para mirar qué pasó y si hay un atentado querrá estar en el lugar. En realidad nunca paras". Lo sabía bien a pesar de que sus compañeros de trabajo la regañaban para que no saliera a comisiones que pusieran en riesgo su salud. De haber sido por ella, se habría mandado mudar a la primera guerra que se presentara.

La muerte no tiene cara de mujer. Es más, no tiene cara de nadie. He estado cerca de ella y nunca le vi forma humana ni divina. Ni paz ni luz al final de un túnel oscuro. Ni guadaña ni cuerpo de esqueleto con capucha negra. Pelear contra esta fuerza sin forma ha sido para mí como vencer el sueño. Conseguí, gracias a no sé qué pacto, una tregua para seguir despierta. La vigilia se parece mucho a la vida, será por eso que me cuesta tanto echarme a dormir, me pregunto ahora cuando le gano horas a la noche para convertirla en una cómplice leal que no me traicione cuando cierre los ojos.

En compensación a sus restricciones físicas, Jimena poseía una mente rápida y contundente como una daga camino al blanco. "Con conocimiento de causa, debo decir que el ser humano así como todo lo aprende, todo lo pierde si no lo usa", escribió en el texto introductorio de "Me he sentado a caminar" (2003), un libro que recopila sus mejores entrevistas y crónicas publicadas en el diario El Comercio.

Una tarde de hace dos años, Miguel Ángel Cárdenas se sentó a su costado por primera vez. "Jorge Eduardo Eielson merece el Premio Nobel para Perú antes que Vargas Llosa", le murmuró casi como presentación sin saber las consecuencias: le dio taquicardia en los ojos, sintió arcadas en las manos y sus labios sulfuraron. Para Jimena, Mario Vargas Llosa era un santo agnóstico. Ella tenía tótems intocables y quien los profanaba se exponía a sus devotas discusiones. El amago de cólera se le pasaba enseguida, cuando se volvía consciente de su exacerbación y ya después --cuando uno se acostumbraba a sus apasionamientos-- era un reto y un inacabable placer 'picar' a esta mujer inteligente y desafiante con la que era un deleite conversar y aprender.

Fue esta meningitis la que destapó la olla. Tenía una enfermedad genética con nombre de trabalenguas: agamaglobulinemia. Por largo y complicado, parece inofensivo el nombrecito ese, pero soy testigo de sus maldades. Pocas defensas para protegerme de infecciones y virus galopantes. Esta vez, un travieso meningococo se me había metido al pulmón y sin nadie que lo marcara, el inquieto bichito había saltado hasta el cerebro. Una vez me dijeron que yo era como si metieras el motor de un carro Mercedes en la carrocería de un Tico.

Jimena era la más cerebral y huracanada fanática crema. ¿Por qué la 'U' y no Alianza Lima?, le preguntaban cuando se enteraban de su pasión futbolística. Y uno que esperaba una respuesta filosófica terminaba estrellado con su emotividad: "Porque mi abuelita era de la 'U' y las aficiones siempre son herencia". Después de su punto final siempre describía a la mamá de su mamá que se murió muy vieja y que solía escuchar los partidos de la radio, callando a todos para no perderse ningún detalle. Si la U perdía era por culpa del árbitro o del clima, nunca por el equipo. Lo mismo pensaba Jimena que postergaba reuniones si es que se jugaba un clásico o un partido de la selección del Perú.

Pero no solo su pasión por la 'U' marcó su vida. El amor por su flaco estaba por encima de todo y de todos. "Es un ancla importantísima. Es mi ángel", decía de Juan Carlos Belaúnde, a quien conoció en la Universidad de Lima. Él estudiaba Derecho, ella Ciencias de la Comunicación. Al 'galán de la pileta', que era como lo llamaba en privado, lo conquistó a punta de persistencia. Jimena reía cada vez que contaba como el 'pavo' de su marido no se daba por enterado de sus afanes. Ni siquiera cuando horneó unos 'brownies' por su cumpleaños, ella que ni sabía preparar un huevo frito. "Yo creía que el matrimonio era más complicado", aclaraba cuando repasaba su relación.

Amaba a Juan Carlos por su alegría permanente, por su pensamiento positivo. Y cada vez que Jimena despertaba de algún susto clínico, su fiel abogado estaba al pie de su cama junto a su madre Teresa y su corte de hermanos contándole las mil y una peripecias que pasaron mientras ella dormía. No tuvo hijos y quizá eso era lo que más le dolía, pero no le hizo falta. A cambio ganó un tropel de amigos incondicionales que le hicieron llevaderos los tormentos.

Si alguien se abatía por Jimena enferma, bastaba ver a Juan Carlos con la espada desenvainada para mantener la esperanza. Y tanto era su empeño que la penúltima vez convocó a los amigos más íntimos para hurdir la creación del libro recopilatorio. Ayer le cumplió la palabra. La despidió escuchando a Joaquín Sabina y conversando con los amigos que de tanto conocerla comprendieron que el cariño de Jimena se podía ganar o empatar, pero nunca perder. Si te lo ganabas, ella era capaz de hacer llover sables para protegerte. Eso era lo más encantador: que pese a su salud vulnerable y volátil, ella quería cuidar y no ser cuidada. El mayor tormento de Jimena, que había estado tantas veces cerca de la muerte, no era morir precisamente. Le asustaba más la partida de los que amaba que la suya propia.

Me habían dormido con morfina, me enteré después, de ahí esas luces psicodélicas que me nublaban la vista cuando intentaba despertarme. Había sufrido una seria infección y mientras mis pulmones se negaban a responder, todos los días aparecían en las radiografías con su peor sonrisa: borrosos, manchados e infectados, mi mente se encargó de inventar historias y personajes. Intermedios se llamaba la sala donde estuve a punto de morirme por tercera vez a los 33 años. Por cierto, un nombre muy apropiado para mi situación, retenida en un punto medio entre la vida y la muerte.

Una vez le preguntó a Chavela Vargas si le gustaba disparar sus pistolas. "Sí. Cuando hay un ruido raro, antes de preguntar yo disparo", le dijo la voz más dolorosa de Costa Rica. En Jimena el proceso era inverso: los disparos eran sus preguntas, por inquietantes o reveladoras. Luciano Benetton, el mundialmente famoso diseñador italiano, se ruborizó hasta taparse la cara con las manos cuando ella le preguntó cómo se había animado a posar desnudo. El polémico historiador Pablo Macera le contestó que la mentira más grande del siglo XX había sido la democracia. El presidente de la transición democrática Valentín Paniagua le confesó que si se llevaba bien con los jóvenes debía ser porque se sentía un abuelo no realizado, le faltaban nietos. En 1999 realizó una serie de entrevistas temáticas --junto con Julio Villanueva-- bajo el rótulo "El siglo en dos mil palabras". Se trataba de explicar, en diálogos con personajes destacados de diversas áreas, cómo había tropezado el mundo en ese tiempo. Podía notarse su afán por agotar los temas: cada personaje la llevaba a bucear en su vida hasta encontrar el último detalle, el cabo suelto final que le permitía comprenderlo. Solo entonces, cuando los entrevistaba, sabía por dónde indagar.

Jimena abordaba con la misma pasión a todos sus personajes. Podía ser la historia de amor en penumbras de una pareja de ciegos o el talento insomne de un niño pintor con síndrome de Down. Podía descubrir la sorprendente vida de un hombre que puso inyecciones durante 35 años o las mañanas atribuladas de dos ancianos vecinos a una cárcel, desde cuya casa se veía llegar en helicóptero al hombre más corrupto del Perú. Tenía una debilidad por los artesanos. El maestro retablista Jesús Urbano lloró con ella al contarle su historia y terminó invitándola a su cumpleaños. El pueblo de Sarhua, famoso por sus tablas pintadas, se sorprendió de verla llegar el año pasado con un balón de oxígeno para conocer su arte. Ayer, en su sepelio, el sonido de la gratitud se escuchó en quechua.

Hay quienes se afanan en encontrar razones divinas en mi recuperación y admito que la última vez hubo todo un conciliábulo celestial alrededor mío. Me envolvieron con la auténtica manta del Señor de Luren traída de Ica, me bendijeron con las lágrimas de la Virgen del Niño venidas desde Colombia, me estamparon la estampita de monseñor Escrivá en el velador y hasta hubo quien me quiso llevar danzates de tijeras para que me limpiaran de males. Pero, aunque suena a hereje o a ingrata, creo que estoy viva por razones más terrenales. Siempre me hablan de mi fuerza, pero eso no me convence, porque no creo que sea yo la fuerte. En todo caso, los fuertes son todas esas personas a mi alrededor que se han negado a dejarme morir. Si cabe una metáfora futbolística, es como si jugara siempre con un estadio repleto de personas haciéndome barra. En un escenario así sería incomprensible dejar de luchar.

(*) FRAGMENTOS DE "TESTIMONIO DE UNA SOBREVIVIENTE". JIMENA PINILLA. REVISTA "DIEZ". UNIVERSIDAD DE LIMA. NOVIEMBRE DEL 2004.

Miguel Ángel Cárdenas
M.David Hidalgo Vega
Milagros Leiva Gálvez